lunes, 18 de enero de 2010

.fUeGo, pAnCeTa Y bArRo.

La verdad es que no sé qué es lo que me atrae tanto de la fiesta de "Las Hogueras" (es decir, la noche de San Antón). Supongo que, en gran parte, será el fuego que, queramos o no, no deja de tener ese componente telúrico y primitivo, esa fuerza devastadora tan atrayente. Supongo que también será el cambiar de escenario, ser los mismos pero en diferente situación: vestidos de cualquier manera, pasando frío (y quemándonos), casi en penumbras, pero compartiendo con el resto de gente (amigos, conocidos, vecinos...) una escena muy especial. En esta noche "Las balsas" adquieren una atmósfera casi fantasmagórica, sobrenatural: pequeñas y grandes hogueras se amontan y se acompañan conformando una estampa difícil de olvidar que sólo sucede una vez al año. Supongo que también ayudará la sensación del trabajo en equipo, del cuerpo agotado después de un duro trabajo físico, del contacto con la realidad, en el sentido más físico y material: la tierra, el fuego, la leña...

No sé, pero esta fiesta, por simple y pueblerina y provincina que resulte, me ayuda a recargar las pilas en más de un sentido. Parecerá una estupidez, pero es una fecha que me ayuda a sentirme más próxima a mi tierra y a mis raíces, que me ayuda a relativizar las cosas y a darme cuenta de lo que realmente merece la pena. No quiero parecer ningún gurú de tres al cuarto tratando de ponderar la energía que emana la naturaleza circundante, pero sin duda, siento un placer extraño (llámalo si quieres, cierta realización personal) cuando tengo que echarme al campo en busca de troncos o cuando me toca descargar un camión de palés. Llámame tonta y simple, pero es así. Supongo que la vida cada vez más exquisita y fina (cada vez más artificial y prefabricada) que estamos construyendo hace que aprecie sobremanera la oportunidad de mancharme las manos y sudar al realizar un esfuerzo físico productivo.

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